Desde que en 1912 se descubrieran las pinturas de Cantos de Visera, lo que propició la edición de los primeros estudios a cargo de Juan Cabré y Henri Breuil, se han publicado hasta hoy 381 documentos sobre el arte prehistórico de Murcia, en forma de libro, artículo y comunicación a congresos, entre otros formatos. Todos estos estudios han sido realizados por un grupo de 116 autores, que los han firmado en solitario o, también, en coautoría. Bien es cierto que, de entre todos ellos, hasta sesenta cuentan tan sólo con un trabajo, y si consideramos también a aquellos otros veintitrés que han suscrito únicamente dos documentos, tenemos que más de un 68% de los autores han tenido un papel testimonial en la producción científica generada por el arte rupestre de Murcia. Y este es un índice alto. Por el contrario, es significativo que haya un reducido grupo de autores que aglutinen más de la mitad de todo lo publicado.
Otros datos de interés de la autoría son que sólo haya treinta mujeres, que veintitrés de ellas únicamente hayan firmado entre uno y tres documentos, otras siete menos de diez, y que sólo una, con cuarenta trabajos, se encuentre en ese núcleo de autores más productivos.
Pero más allá de estas cifras objetivas, que reflejan una situación concreta, lo verdaderamente importante es lo que hay detrás de ellas. Con ser revelador el elevado número de autores que denominamos “transeúntes”, aquellos que firman tan sólo uno o dos estudios, lo llamativo cuando nos acercamos a ese otro pequeño grupo de autores más productores, es que son los mismos que han venido protagonizado la investigación del arte rupestre regional en los últimos 35 años, sin que se haya producido alguna incorporación que sea tan fructífera como ellos. Y en este punto, cabría plantearnos el por qué de esto. La respuesta no es sencilla, y quizás no tenga una única explicación.
Es posible que una de las causas de esta realidad sea el poco peso que el arte prehistórico tiene en los estudios universitarios. Son pocas, en verdad, las universidades españolas que cuentan en su curriculum formativo con asignaturas específicas sobre la materia. En la de Murcia, en concreto, si analizamos las guías docentes del Grado de Historia, vemos que el arte prehistórico se enmarca como un epígrafe dentro de un bloque más amplio de la asignatura de Prehistoria Universal del primer curso, y como dos temas independientes en la de Prehistoria de la Península Ibérica, en segundo. Teniendo en cuenta la extensión del contenido de cada una de ellas se entiende bien que el tratamiento que se le pueda dar al asunto no vaya más allá de unas nociones básicas, aunque sólo sea por una cuestión de disponibilidad temporal.
Asimismo, la relación de la Universidad con el arte rupestre regional ha sido tradicionalmente escasa. De esta alta institución no han salido grandes proyectos de estudio del arte rupestre. Sí recordamos la labor de profesores como Pedro Lillo o Javier R. García del Toro que, por las necesidades del momento, asumían algunos trabajos preliminares de documentación tras un descubrimiento ocasional (La Risca, El Buen Aire, Cueva de la Serreta...). Sin embargo, ese trabajo rara vez tenía la continuidad deseada ni culminaba con la publicación de un exhaustivo estudio de esos lugares. La excepción ha sido el proyecto de trabajo en el paraje de Los Almadenes, promovido tras el incendio que sufrió la zona en 2015 para evaluar el impacto del fuego en los conjuntos de arte prehistórico. Quizás todo esto explique por qué se han realizado únicamente dos tesis doctorales sobre arte prehistórico en la Universidad de Murcia o que el número de tesinas no sea mucho mayor. Da la impresión de que los contenidos impartidos no incentivan a los graduados a iniciarse en la investigación en este campo. En estos últimos años se ha incorporado a la misma algún nuevo autor, pero, por muy prolífica que llegara a ser su trayectoria, en modo alguno será suficiente para cubrir el amplio vacío que, antes o después, dejarán aquellos estudiosos que la han venido capitalizando más allá de las tres últimas décadas. Y eso sí es preocupante y debería conducirnos a una reflexión.
Advertimos, además, otro hecho que puede llegar a ser peligroso. Se abusa de la autoedición y de la publicación de trabajos en espacios que viven fuera del ámbito científico. Ello supone eludir los controles que editores y autores nos hemos dado para garantizar la calidad de lo que se edita. Por medio de mecanismos como la revisión por pares, por ejemplo, la comunidad científica avala que lo que se publica cumple con los requisitos mínimos metodológicos que todo trabajo científico debe respetar. Y en esto también apreciamos cierta relajación. No todo es válido por engordar en tiempo récord un curriculum con trabajos cuya validez es discutible. En todo caso, por ahora, Anna Alonso, Alexandre Grimal, Emiliano Hernández, Juan Francisco Jordán, Miguel Ángel Mateo, Joaquín Salmerón, Miguel San Nicolás... seguirán investigando y publicando. Pero llegará el día en que, por ley de vida, lo dejen, y entristece ver que, hoy por hoy, no hay un relevo generacional garantizado.